Llevo mucho tiempo pensando cómo empezar este post. Pnesando incluso si lo quiero empezar o dejarlo pasar. No tengo muy claro si escribir sobre esto es útil. En algún sitio leí que escribir ayuda, que ponerlo negro sobre blanco en tu blog, aunque no lo vaya a leer nadie, ayuda, Supongo que por eso estoy escribiendo. Necesito un desahogo, necesito un soplo de aire que me permita oxigenarme y seguir.
Son tres años y medio en los que la palabra «maternidad» ha cobrado para mí un significado muy distinto al que jamás imaginé. Tres años y medio explorando límites, los de la paciencia, los del sueño, los del agotamiento, los de la fantasía, los de la imaginación, los de la negociación… Los que tengáis un niño de los que se definen como Alta Demanda ya me estáis comprendiendo. Los que no, disculpadme, pero no creo que lleguéis a entenderlo jamás, afortunadamente para vosotros. Lo sé, porque tengo otro hijo, totalmente distinto, de esos que cualquiera llamaría «de manual» si no fuera porque no duerme por las noches (mala suerte), y a veces, cuando estoy sola con él me doy cuenta de cómo de distinta es la maternidad cuando todo responde a los criterios «estándar» de la crianza…Ufff, estoy usando demasiadas palabras que no dejan de ser etiquetas y que no me gustan, entre otras cosas porque no tienen ya demasiado sentido para mí. ¿Acaso no es mi hijo mayor un niño «normal»? Pues claro. Entonces ¿es más normal el pequeño que el grande? Son distintos, pero ¿que significa el ser distintos? distintos de qué…?
Disculpadme si estos pensamientos son algo confusos, pero es difícil para mí en estos momentos encontrar las palabras adecuadas. Como decía al empezar el post son ya tres años y medio de constante tensión. Sí tensión mezclada con el amor infinito que siento por él, por el agradecimiento eterno de haberlo tenido, pero también con el miedo de no entender qué necesita, la frustración por no poder ayudarle, la culpa por no saberlo hacer mejor, la rabia por sentirme juzgada, el vacío…el vacío que me deja al final de cada extenuante jornada de demanda continua.
Me gustaría poder escribir otras cosas. Me gustaría poderos decir que su alta demanda tras tres años y medio ha bajado de intensidad, se ha transformado, o que veo la luz. He leído en otros blogs de papás con niños como el mío que a partir de los tres años a muchos les pasa esto. Empiezan el cole «de grandes», hacen más actividad, ven más satisfecha su curiosidad y cambian…. Para nosotros este cambio aún no se ha producido, siento no poder decir otra cosa. Va al cole, y cuatro días a la semana hace actividad extraescolar. Debería de acabr los días agotados, pues hace ya más de un año (desde los dos y poco aproximademente) que no duerme la siesta. Pero cuando acaba el día, a él aún le quedan fuerzas y a nosotros no…
Así que nuestras laaaargas jornadas pasan lidiando con un niño que no sabe cómo controlar sus emociones, que exige que se satisfagan constante e inmediatamente unas necesidades que superan la capacidad de cualquier adulto, y que por tanto, le generan una frustración constante que se traduce en llantos, gritos y enfados. Desde que empezó el cole no ha habido una sola semana que no nos hagan el comentario de que no sigue al grupo, que le cuesta hacer caso, que no obedece, etc. En casa podemos esperarnos cualquier cosa. Basta cualquier cosa para desencadenar la tormenta. Y tenemos la sensación de estar diciendo todo el día no, cosa que la mayoría de la gente no cree, pues piensan que su comportamiento es simplemente fruto de nuestra incapacidad para educarlo correctamente, de haberlo consentido demasiado o de no haber sabido ponerle límites. Y entonces entramos en un estira y afloja que puede durar horas.
Esta mañana, por poner un ejemplo, no ha habido manera de salir a tiempo de casa. Se ha levantado y hemos tenido que bajar del todo la persiana del salón porque la luz le molestaba hasta el punto de hacerle gritar. Entonces su padre le ha llevado el desayuno, pero a los gritos se ha sumado un llanto terrible porque para él «ese» no era el momento de llevarle el desayuno. Se paraliza la casa. Lo cojo en brazos para calmarlo, porque es la única manera que hemos encontrado para estos momentos de desesperación – no valen las amenazas, los castigos ni los razonamientos- y ya con él en brazos le he dicho: si tu no dejas de llorar mamá se pondrá a llorar. Y entonces para. No soporta la idea de verme llorar. Es pura empatía. Y me duele usarla en este sentido pero sólo así se calma y puedo empezar a hablar con él. Cuando por fin lo he calmado y sentado en una silla le he vuelto a llevar el desayuno. Entonces ha empezado a tomárselo. Pero no he podido levantarme de su lado. Cada vez que intentaba hacer algo dejaba de comer y volvía a llorar. Se lo he razonado de mil formas. En tres años y medio creedme, lo hemos intentado de todas las maneras posibles. Incluso ha dejado ya de importarme si come o no. El problema no es que no desayune, sino que al moverme entra de nuevo en una espiral de llanto desconsolado que tras una noche sin dormir nos destroza. Además, una vez entra en ese estado hacen falta tres adultos sólo para vestirle, porque claro, hay que ir al cole y al trabajo. ¿Que podríamos hacerlo a la fuerza? Claro, ya os digo entre tres adultos se podría, pero es que en casa somos dos y además no nos olvidemos que hay otro niño de menos de dos años, que también requiere atención y que no tiene por qué vivir esto cada día. Y los dos adultos, además, tenemos que vestirnos, hacer camas, preparar mochilas, y lo más importante, conectar unas neuronas que han entrado en modo automático y ponernos nuestra mejor sonrisa porque nuestros respectivos trabajos lo requieren. Así que cedo. Sólo quiero que acabe el desayuno, que en realidad sí que le apetece tomarse, vestirle, vestirme y salir de casa. Y eso nos lleva una media hora larga. Algo que si se hubiese levantado de buenas podríamos haber hecho en 1o minutos. Y así estamos, yo sentada junto a él, sin poder hacer nada más que mirarle mientras él sorbe la leche de su vaso y cuando acaba lo visto, siempre entre llantos y quejas, me visto, con él y con el pequeño entre las piernas y nos disponemos a salir. Pero claro, hoy llueve…. Y el camino al cole en estas condiciones se vuelve tortuoso. Camina por favor, con el paraguas recto… «No puedo mamá» Pues ponte la capucha y cerramos el paraguas así vamos más rápido. «No. Me mojo…» Es tarde, mamá tiene que ir a trabajar… «Quiero brazos» Eso es imposible, venga que tu puedes, además ya eres grande, pero por favor camina más rápido y coge el paraguas recto…
No sé cómo, al final hemos llegado al cole. Le he dado un beso, me ha dado un beso y ha entrado. Y yo he llegado tarde al trabajo, como era de prever. En fin…. empieza otra dura jornada de la que sé que no tendré ni tiempo ni forma de reponerme….
Ahora imaginaos esto cada día. Tras noches enteras sin dormir. Tras días agotadores, primero en el trabajo y luego con los peques. Las trifulcas pueden ser por el color del vaso que le ponemos, o por el oren en que hacemos algo. Pueden ser por pura frustración, cuando intenta hacer algo y no lo consigue, porque es efectivamente muy difícil hasta para mi. El otro día por ejemplo, quería acoplarle a un helicóptero de juguete un gancho para convertirlo en un helicóptero de rescate. Con una cuerda atada al gancho y a las ruedas del helicóptero conseguí, entre gritos y llantos y con mucha imaginación hacer algo parecido a lo que él quería. Pero entonces la cuerda se deslizaba. Más gritos y más llantos. Conseguí fijarla con una goma. Pero entonces el gancho no estaba recto y así no podía rescatar. Conseguí con varios nudos fijarlo recto al extremo. Pero entonces no se recogía y chocaba contra el suelo…. Al final razonando y negociando mucho entendió que ése no era un helicóptero de recate, era más chulo, porque lo habíamos convertido nosotros en un helicóptero de rescate, y que aunque no tenía todas las funcionalidades, servía para rescatar y llevar sus coches de un lugar a otro…..
A todo esto hay que intercalar preguntas de las que a veces ni siquiera conozco la respuesta. Claro, él crece y su demanda se transforma. Y esa demanda ahora es en forma de preguntas que se hace. Preguntas relacionadas con el nacimiento de los niños, de dónde salen, cómo se hacen, cómo los sacan los doctores de la barriga, cómo se meten…sí, por aquí ya hemos pasado. También hemos pasado por lo que hay dentro del cuerpo: el estómago, el esófago, cómo pasa la comida por ese tubo que es como el de la aspiradora hasta la bolsa que es el estómago y luego lo que no necesitamos se convierte en caca… El otro día le dolían los huesos y le dije: eso es porque creces. En otra ocasión. mientras cenaba le comenté, estás comiendo mucho hoy, te vas a hacer muy alto. Y al cabo de unas horas me preguntó: mamá, cómo comen los huesos para crecer? Cómo entra la comida en los huesos? Claro, su razonamiento fue: si la comida es lo que me hace crecer, y lo que crece son los huesos que me duelen, entonces la comida tiene que ir a parar a los huesos de alguna manera! Me dejó pasmada…. Otro día, hablando de los niños y de las partes del cuerpo (juntando temas), me preguntó, Y a mi, quién me ha hecho así? No entendía, y le pregunté, ¿qué quieres decir?. Y él, señalándose su propio cuerpo me preguntó, quién me ha puesto estos ojos, y esta nariz, y esta boca…. Él sabe, que le hemos hecho papá y mamá, y por supuesto le contesté: papá y mamá te hemos hecho, ya lo sabes. Y él desesperado me preguntó, sí pero cómo…. y gesticulaba como quien está construyendo un muñeco y coloca literalmente los ojos en la cara, la nariz, la boca…Cómo le explico que eso se va creando poco a poco, que son células todas iguales que acaban convirtiéndose en los ojos, las manos, etc, mientras el feto va creciendo en la barriga de mamá… por suerte en ese momento, se durmió…pero no tardará en volver a preguntar, Y yo ya empiezo a cuestionarme qué será lo próximo. El big bang?, qué hay después de la muerte? Dios existe?….
Bueno, de esta última parte me quedo con lo bueno. Es un niño sano y muy curioso. Exigente, que nos exige también a nosotros a ser más imaginativos, más creativos y a estar más preparados. Esos momentos, que requieren igualmente de altas dosis de paciencia son lo mejores, en los que veo lo que podría llegar a ser nuestra vida ne el futuro. Pero también me recuerdan lo importante que es darle autoestima y seguridad. Y respuestas. Y límites. Lo importante que es que entienda que hay cosas que no puede hacer, Y que hay veces que tiene que pedir ayuda. Y también que no siempre se puede conseguir lo que uno quiere. Pero que no por ello debe dejar de soñar y probar. Es ene esos momentos que me lo acerco y le digo tu sabes que te quiero? Y se le dibuja una sonrisa y me hace un gesto afirmativo con la cabeza, como avergonzado pero contento. Y me gustaría congelar ese instante para siempre. Y que cuando todo se vuelve negro con sólo decirle que le quiero escampase la tormenta y cesaran los gritos, los llantos, ese dolor que tiene dentro y no sabe cómo explicar, que nos lo pusiera un poco más fácil y permitiese al mundo conocerle como le conocemos en casa, con todas las cosas maravillosas que tiene pero que se empeña en ocultar tras una fachada de niño que , lo entiendo, a ojos de los demás, puede parecer caprichoso, desafiantes, desagradable y malcriado, cuando NO LO ES. Porque a mi también me gustaría mostrarle más veces a él y al mundo la mamá cariñosa y comprometida, responsable y paciente que pretendo ser pero que queda sustituida por otra totalmente desbordada, desquiciada y superada, transformándome en alguien que NO QUIERO SER. Y a tí, sólo a tí, te pido disculpas, mi niño…. Sólo te pido un respiro…y te prometo que buscaré la energía de donde sea para hacerlo mejor.